La señora Dalloway: Resumen, Análisis y Frases Célebres

Publicado el 15 mayo 2025

Tiempo de lectura: 15 minutos

«La señora Dalloway», obra maestra de Virginia Woolf publicada en 1925, representa uno de los hitos fundamentales del modernismo literario. A través de una revolucionaria técnica narrativa que combina el flujo de conciencia con múltiples perspectivas, Woolf nos sumerge en un único día en la vida de Clarissa Dalloway mientras prepara una fiesta en el Londres posterior a la Primera Guerra Mundial, entrecruzando su historia con la de numerosos personajes cuyas vidas se entrelazan de maneras insospechadas.

Escrita durante el periodo de entreguerras, esta novela emerge como reflejo de una sociedad profundamente transformada por el trauma bélico, los cambios en las estructuras sociales tradicionales y las nuevas concepciones sobre la identidad y la psicología humana. La obra cristaliza las preocupaciones estéticas y filosóficas de Woolf, quien buscaba capturar la experiencia humana en toda su complejidad, fragmentación y subjetividad, rompiendo con las convenciones narrativas victorianas.

Esta historia trasciende su contexto histórico al abordar temas universales como la naturaleza del tiempo y la memoria, la tensión entre la identidad pública y privada, la búsqueda de conexión humana en un mundo alienante, y las presiones sociales que moldean y restringen la vida interior. Con su estilo lírico y su profunda exploración psicológica, Woolf creó una obra que revela cómo los momentos cotidianos contienen en sí mismos toda la profundidad y el misterio de la existencia. Casi un siglo después de su publicación, «La señora Dalloway» continúa fascinando a lectores y críticos por su innovadora estructura narrativa y su penetrante visión de la condición humana moderna, consolidándose como una de las novelas más influyentes del siglo XX.

Resumen

La novela transcurre durante un único día de junio de 1923 en Londres, comenzando por la mañana y culminando en la noche con la fiesta que ofrece Clarissa Dalloway. La narración alterna constantemente entre el presente de los personajes y sus recuerdos, creando un rico tapiz de experiencias interconectadas.

Clarissa Dalloway, una mujer de 52 años perteneciente a la alta sociedad británica, sale por la mañana a comprar flores para la fiesta que ofrecerá esa noche. Mientras camina por las calles de Westminster, la vitalidad de la ciudad en un hermoso día de junio le produce una intensa sensación de felicidad. A la vez, reflexiona sobre su vida, su matrimonio con Richard Dalloway (un conservador miembro del Parlamento), su hija Elizabeth, y las decisiones que han definido su existencia.

Sus pensamientos la llevan constantemente al pasado, especialmente a un verano en Bourton cuando tenía 18 años. Recuerda a Peter Walsh, un antiguo pretendiente a quien rechazó para casarse con el más estable y convencional Richard. También evoca a Sally Seton, una amiga por quien sentía una intensa admiración y afecto (posiblemente romántico), recordando particularmente un momento en el que Sally la besó, lo que Clarissa considera uno de los momentos más felices de su vida.

Mientras Clarissa realiza sus preparativos, Peter Walsh, recién llegado de la India, la visita inesperadamente. Su presencia despierta una avalancha de emociones y recuerdos. Durante su incómoda conversación, Peter se da cuenta de que aún ama a Clarissa, mientras ella se cuestiona si hizo lo correcto al rechazarlo años atrás. Peter le comunica que está enamorado de una mujer casada en la India y planea divorciarse para casarse con ella. Antes de marcharse, rompe a llorar, revelando su vulnerabilidad emocional. Tras su partida, Clarissa queda profundamente perturbada.

Paralelamente, la narración introduce a Septimus Warren Smith, un veterano de la Primera Guerra Mundial que sufre lo que hoy reconoceríamos como trastorno de estrés postraumático. Septimus pasea por el mismo Londres que Clarissa, pero su experiencia de la ciudad es radicalmente distinta: está atormentado por alucinaciones, paranoia y un profundo sentimiento de alienación. Cree recibir mensajes del universo y es acosado por visiones de su amigo Evans, quien murió en la guerra. Su joven esposa italiana, Lucrezia, está desesperada por ayudarlo pero se siente cada vez más impotente.

La pareja acude a una consulta con Sir William Bradshaw, un prestigioso psiquiatra que rápidamente diagnostica a Septimus con «un caso grave de colapso nervioso» y recomienda su internamiento en un sanatorio. Septimus, aterrorizado ante la idea de ser separado de su esposa y sometido a los métodos de Bradshaw (que enfatiza el «sentido de la proporción» y el control sobre los pacientes), decide que prefiere morir antes que ser institucionalizado.

Mientras tanto, otros personajes atraviesan Londres con sus propias preocupaciones: Richard Dalloway almuerza con Lady Bruton, una aristócrata interesada en la política de emigración; Elizabeth Dalloway pasa tiempo con su tutora religiosa, Miss Kilman, por quien siente una mezcla de fascinación y rechazo; Sally Seton, ahora Lady Rosseter y madre de cinco hijos, decide asistir inesperadamente a la fiesta.

Por la tarde, cuando los médicos llegan para llevarse a Septimus al sanatorio, este se arroja por la ventana de su apartamento, empalándose en las rejas de la cerca y muriendo instantáneamente. Su suicidio representa la culminación de su incapacidad para reintegrarse en una sociedad que no comprende su trauma y que busca silenciar su sufrimiento en nombre de la «proporción» y el «orden».

La novela culmina con la fiesta de Clarissa, a la que asisten numerosos miembros de la alta sociedad londinense, incluidos el Primer Ministro, Sir William Bradshaw y su esposa, Peter Walsh y, sorprendentemente, Sally Seton. Durante la velada, Clarissa se esfuerza por mantener su papel de perfecta anfitriona mientras navega por corrientes emocionales contradictorias: alegría por el éxito de su fiesta, melancolía por las oportunidades perdidas, inquietud por el paso del tiempo.

En un momento de la noche, Lady Bradshaw menciona casualmente el suicidio de un joven veterano de guerra. Aunque Clarissa nunca conoció a Septimus, su muerte la afecta profundamente. Se retira a una habitación vacía para reflexionar y establece una conexión empática con este desconocido, comprendiendo intuitivamente su decisión de morir antes que comprometer su alma. Clarissa reconoce en el acto de Septimus una afirmación de libertad individual frente a las fuerzas opresivas de la sociedad, algo que ella misma nunca ha tenido el valor de hacer.

Tras este momento de introspección, Clarissa regresa a la fiesta con una renovada apreciación por la vida y sus pequeñas alegrías. La novela concluye con Peter Walsh observando a Clarissa mientras regresa al salón, maravillándose ante su vitalidad y presencia, experimentando una mezcla de amor, admiración y asombro inexplicable por la mujer que siempre ha representado para él un enigma fascinante.

Análisis de La señora Dalloway

«La señora Dalloway» trasciende la aparente simplicidad de su premisa (un día en la vida de una anfitriona de la alta sociedad) para convertirse en una profunda exploración de la experiencia humana moderna. A través de su revolucionaria técnica narrativa, Woolf desafía las convenciones de la novela tradicional, rechazando la trama lineal y el narrador omnisciente victoriano en favor de una estructura que imita los procesos mentales: asociativa, fragmentada y profundamente subjetiva.

La novela explora la tensión entre la vida interior y la exterior, mostrando cómo bajo la superficie de las convenciones sociales y las apariencias pulidas existe un tumulto de emociones, recuerdos y anhelos. Los personajes viven simultáneamente en el presente y el pasado, sus mentes saltando constantemente entre recuerdos y sensaciones actuales, creando un retrato de la conciencia humana en toda su complejidad.

El paralelismo entre Clarissa y Septimus constituye uno de los aspectos más brillantes de la obra. Aunque nunca se encuentran, representan dos respuestas diferentes a presiones similares: mientras Clarissa ha optado por la conformidad social a costa de cierta autenticidad personal, Septimus rechaza completamente un sistema social que considera corrompido y opresivo. Su suicidio funciona como un acto de resistencia que Clarissa, en cierto modo, admira y comprende.

Woolf también examina cómo las instituciones sociales (medicina, política, religión, matrimonio) intentan imponer orden y «proporción» sobre el caos inherente a la experiencia humana, a menudo a costa de la libertad individual y la expresión auténtica. La crítica a la psiquiatría de la época, representada por Bradshaw, es particularmente incisiva, mostrando cómo el tratamiento de la enfermedad mental servía frecuentemente para silenciar voces disidentes.

Personajes principales de La señora Dalloway

Clarissa Dalloway

Protagonista de la novela, mujer de 52 años perteneciente a la alta sociedad londinense. Esposa de un político conservador y consumada anfitriona social. Bajo su apariencia de perfecta dama de sociedad, Clarissa mantiene una rica vida interior llena de cuestionamientos sobre sus elecciones pasadas, su identidad y el significado de su existencia. Su sensibilidad hacia las pequeñas bellezas de la vida cotidiana contrasta con su conciencia de la fragilidad de esos momentos. Simboliza la tensión entre conformidad social y autenticidad personal.

Septimus Warren Smith

Veterano traumatizado de la Primera Guerra Mundial que sufre alucinaciones y paranoia. Poeta sensible antes de la guerra, ahora incapaz de sentir emociones normales debido al trauma de combate y a la pérdida de su amigo Evans. Su incapacidad para reintegrarse en la sociedad de posguerra y su rechazo a las instituciones médicas que intentan «curarlo» lo llevan al suicidio. Funciona como contrapunto y doble de Clarissa, expresando abiertamente el malestar que ella reprime.

Peter Walsh

Antiguo pretendiente de Clarissa que ha pasado años en la India. Intelectual, crítico, emocionalmente intenso y algo inestable. Su regreso a Londres activa una avalancha de recuerdos y reflexiones tanto en él como en Clarissa. Representa el camino no tomado en la vida de Clarissa y encarna una masculinidad más emocional y menos convencional que la de Richard Dalloway. Su actitud crítica hacia la sociedad británica proporciona una perspectiva alternativa sobre el mundo de Clarissa.

Richard Dalloway

Esposo de Clarissa, miembro conservador del Parlamento. Hombre convencional, estable y reticente a expresar emociones. Ama a Clarissa pero encuentra difícil verbalizarlo. Representa el establishment político y social británico. Su incapacidad para articular sus sentimientos simboliza las limitaciones de la comunicación interpersonal en una sociedad emocionalmente reprimida.

Lucrezia Smith

Joven esposa italiana de Septimus. Desorientada en Londres y desesperada por ayudar a su marido mientras ve cómo se hunde cada vez más en la locura. Su perspectiva como extranjera proporciona una visión externa de la sociedad británica y sus convenciones. Su aislamiento y desesperación la convierten en una figura trágica cuyo sufrimiento a menudo pasa desapercibido por los demás personajes.

Personajes secundarios de La señora Dalloway

Sally Seton (Lady Rosseter)

Amiga de juventud de Clarissa, por quien esta sentía una intensa admiración y posiblemente amor romántico. En su juventud era rebelde, poco convencional y despreocupada por las normas sociales. Ahora está casada con un industrial rico y es madre de cinco hijos. Su transformación de joven rebelde a respetable señora de sociedad refleja las presiones sociales que moldean las identidades femeninas. Su reaparición en la fiesta permite a Clarissa confrontar la distancia entre sus recuerdos idealizados y la realidad actual.

Elizabeth Dalloway

Hija adolescente de Clarissa y Richard. Independiente y menos interesada en la vida social que su madre. Representa la nueva generación de mujeres con diferentes aspiraciones y posibilidades. Su relación con Miss Kilman ejemplifica la búsqueda de modelos femeninos alternativos. Su belleza «oriental» sugiere una diferencia fundamental con su madre.

Doris Kilman

Tutora religiosa de Elizabeth, mujer amargada y resentida por su pobreza y posición social inferior. Intensamente religiosa y con tendencias autoritarias. Mantiene una relación conflictiva con Clarissa y una intensa conexión emocional con Elizabeth. Representa los aspectos más represivos de la religión y la manera en que el resentimiento de clase puede corromper las relaciones personales.

Sir William Bradshaw

Prestigioso psiquiatra que trata a Septimus. Obsesionado con el «sentido de la proporción» y el control sobre sus pacientes. Su tratamiento deshumanizador representa la cara opresiva de la medicina psiquiátrica de la época. Simboliza la autoridad institucional que busca silenciar la diferencia y la disidencia en nombre del orden social.

Dr. Holmes

Médico general de Septimus, representa la ignorancia y superficialidad del tratamiento médico convencional frente a la enfermedad mental. Su insistencia en que Septimus simplemente «se anime» ejemplifica la incomprensión social del trauma psicológico.

Hugh Whitbread

Amigo de la familia Dalloway y funcionario de la corte real. Encarna los aspectos más vacuos y pomposos de la aristocracia británica. Su pulida superficie social oculta una esencial vacuidad interior. Peter Walsh lo considera el epítome de todo lo que detesta de la clase alta inglesa.

Lady Bruton

Aristócrata de linaje antiguo, interesada en la política de emigración. Mujer de acción más que de reflexión. Su masculinización (se dice que debería haber sido general) refleja cómo las mujeres con ambiciones de poder debían adoptar rasgos masculinos para ser tomadas en serio en la esfera pública.

Evans

Amigo de Septimus que murió en la guerra. Aunque solo aparece en las alucinaciones de Septimus, su presencia fantasmal es crucial para entender el trauma del veterano. Posiblemente existía una relación homoerótica entre ambos, añadiendo otra capa a la culpa y confusión de Septimus.

Rezia Warren Smith

Forma abreviada de Lucrezia, incluida aquí para completar la lista de personajes.

Miss Brush

Secretaria de Lady Bruton, eficiente y práctica. Representa a las mujeres profesionales que comenzaban a ocupar nuevos espacios laborales tras la guerra.

Aunt Helena

Tía de Clarissa que aparece en sus recuerdos de Bourton. Figura autoritaria del pasado que representa los valores victorianos más rígidos.

Elementos simbólicos importantes

El Big Ben

Sus campanadas regulares puntúan la narración, simbolizando el tiempo objetivo y linear que contrasta con el tiempo subjetivo de la conciencia de los personajes. Representa también la autoridad del orden social y político imperante.

Las flores

Presentes desde el inicio (Clarissa sale a comprar flores) hasta el final (decoran su fiesta), simbolizan la belleza efímera que Clarissa trata de capturar y preservar. También representan su intento de crear momentos de conexión humana a través de la belleza y la celebración.

Las ventanas

Aparecen repetidamente en la novela como lugares liminales entre el mundo exterior y el interior. Para Clarissa, la ventana es un lugar de observación y reflexión; para Septimus, se convierte en la vía de escape final de un mundo que no puede soportar.

El agua

Imágenes acuáticas recorren la novela, desde las metáforas sobre sumergirse en el día como en agua, hasta los recuerdos de Bourton junto al lago. El agua simboliza la fluidez de la conciencia, la memoria y el tiempo subjetivo.

Londres

La ciudad no es mero escenario sino un organismo vivo que conecta a todos los personajes. Sus calles, parques y edificios están imbuidos de significado histórico y personal, funcionando como un palimpsesto donde presente y pasado coexisten.

Frases célebres de La señora Dalloway

  • «La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores.»
    «Sentía que existían muy pocas cosas que merecieran decirse o que las personas fueran capaces de entender.»
  • «No se atrevía a contarles que estaban condenando a la vida, fracturando su soledad, arrancándole la parte más preciada de sí mismo, arrebatándole los mensajes de los árboles y los pájaros.»
  • «El mundo entero puede combinarse contra él, pero él lucha por la bondad, por la belleza, por la verdad.»
  • «A los ojos del mundo no era más que lo que parecía: una mujer en la puerta de entrada que preguntaba a una sirvienta por un guante.»
  • «La vida nunca había concedido un momento como este.»
  • «La muerte era un intento de comunicarse, y la gente sentía la imposibilidad de alcanzar el centro que, místicamente, les eludía; la cercanía los alejaba, el éxtasis se desvanecía; estaban solos. Había un abrazo en la muerte.»
  • «No le importaba lo que llamaban despreciativamente la vida.»
  • «Era su vida, y, doblando su cabeza sobre la almohada, solo ella sabía qué significaba para ella.»
  • «Era precisamente el privilegio de la soledad; en la intimidad se podía hacer lo que a uno le apeteciera.»
    «El miedo ya no existía; tampoco el dolor. Había llegado al final.»
  • «Los seres humanos tienen ese recurso, unos contra otros. Podía decirle a Peter cualquier cosa. Se lo contaba todo. Pero se había presentado esta otra cosa. De alguna manera, no conseguía imaginarse cómo, el mundo se había formado así: aquí estaba ella, allí estaba él; tenía su vida, él tenía la suya.»
  • «El sabía más sobre ella que nadie en el mundo; Peter le hacia sentir, como le había hecho sentir siempre, lo joven que era, y a la vez lo mayor.»

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